Mujeres que autogestionan el buen vivir

Fundazúcar impulsa el empoderamiento de las mujeres, a través del programa Mejores familias

María Silvia Pineda, directora de RSE
de Asazgua.

La desnutrición es un caballo jineteado por la indolencia que impide el crecimiento, el desarrollo y provoca improductividad. Silenciosamente, la desnutrición crónica condena a la muerte lenta a miles de niños, y hace que las personas se acostumbren a vivir con menos nutrientes.

La desnutrición aguda hace invisibles a las víctimas y las convierte en cifras. Según el Sistema de Información Nacional en Seguridad Alimentaria y Nutricional (Siinsan), hasta la semana 45 de 2015 (noviembre), 71 niñas y 60 niños, entre los 0 y los 5 años de edad, murieron por desnutrición aguda confirmada. Setenta de ellos murieron por shock séptico y el resto por causas asociadas, como neumonía y deshidratación, entre otras.

Alta Verapaz y Huehuetenango son los departamentos que encabezan el número de fallecimientos, con 18 cada uno. De acuerdo con los datos del Siinsan, hasta la semana 49 de 2015 se contabilizaron 15 mil 177 casos de desnutrición aguda, 1 mil 873 menos que 2014, lo que equivale a una reducción del 12 por ciento.

La desnutrición es multicausal: condiciones de vida precarias, salarios bajos, falta de oportunidades de trabajo, poco acceso a la educación, falta de información sobre planificación familiar, falta de agua potable, baja cobertura educativa, cambio climático e inequidad de género, entre otros. Estas condiciones han otorgado a Guatemala el índice más alto de desnutrición en Latinoamérica. Mejorar esos índices, rescatar del hambre y dignificar las condiciones de vida de los guatemaltecos es una responsabilidad compartida, en la que el Estado es el actor más importante, pero no el único.

Iniciativas que favorecen la nutrición Entre los esfuerzos realizados por distintos actores, se encuentra el impulsado por la Asociación de Azucareros de Guatemala (Asazgua). María Silvia Pineda, directora de Responsabilidad Social, señala que esta consiste en tomar decisiones en los negocios, con estricto apego a la ética y el respeto de la ley. De esa cuenta, desde 1991, año de la creación de Fundazúcar, se comenzó a trabajar con las comunidades de la costa sur en la construcción del capital humano y el capital social, en tres áreas: educación, salud y fortalecimiento de los gobiernos locales.

En lo particular, es importante señalar el programa Mejores familias, el que desde 1998 “contribuye a la erradicación
de la desnutrición crónica de la niñez guatemalteca, y a reducir las tasas de morbi-mortalidad materno infantil”, señala Pineda.

El programa se enmarca en los pilares de la seguridad alimentaria y nutricional: disponibilidad, accesibilidad, consumo y utilización biológica de los alimentos. Este programa se enfocado en la formación y educación de mujeres en edad reproductiva y en la atención de niños comprendidos entre los 0 y los 5 años.

Las mujeres participan durante 24 meses en 16 sesiones formativas. El programa fortalece las capacidades y las competencias de las mujeres, y considera la autoestima como el elemento más importante, porque “es de allí parte su contribución y participación ciudadana hacia la comunidad”, añade. Durante estos años se ha formado a 598 mil 930 mujeres y 60 mil se han convertido en monitoras de Baja Verapaz, Escuintla, Quiché, Retalhuleu, Santa Rosa y Suchitepéquez.

Una diferencia fundamental de este modelo es que se sustituye al de regalar comida, además de que fortalece la autogestión comunitaria desde la base comunitaria. Las mujeres no son solo beneficiarias, sino agentes activos de cambio, ya que se promueve la voluntad comprometida y la actitud de las mujeres.

El programa se plantea como objetivo que la mujer desarrolle prácticas para la adecuada selección, preparación y consumo de alimentos, y que garantice la utilización biológica de los mismos; educar a las madres en salud preventiva con acciones sostenibles para mejorar las condiciones de sus hijos y de la comunidad, y fortalecer la organización comunitaria para asegurar los procesos de autogestión y sostenibilidad de la seguridad alimentaria y nutricional.

El éxito del programa ha sido de tal envergadura que la experiencia se ha compartido con distintos gobiernos en Guatemala, quienes lo han implementado al igual que 14 inversionistas sociales de la iniciativa privada, quienes reportan 2 mil 120 mujeres graduadas. De igual manera, el modelo se ha exportado a Honduras, en donde es replicado por el actual gobierno y cuenta ya con 21 mil 480 mujeres en formación.

El programa se desarrolla con tres componentes: formación de la mujer en temas como autoestima, salud y alimentación, maternidad y paternidad responsable y salud reproductiva. En cada uno de los grupos se selecciona a una mujer quien funge como monitora y quien se forma mediante el aprender haciendo y que a la vez recibe a poyo técnico por parte de la fundación. El segundo componente es la vigilancia del estado nutricional, y consiste en monitorear el peso y la talla de los niños entre los 0 y los 5 años, con apoyo de la monitora pero con intervención activa de las mujeres de la comunidad.
El tercer componente se refiere a la promoción de la autogestión comunitaria y consiste en promover el desarrollo de las capacidades individuales y comunitarias de las mujeres para identificar sus necesidades, ejercer sus derechos, conocer sus obligaciones, desarrollar sus capacidades y trasladar el beneficio en su entorno.

A pesar de los esfuerzos realizados por Fundazúcar en el departamento de Escuintla, según datos del Siinsan, durante el 2015 en este departamento murieron 9 infantes entre los 0 y 5 años por causas asociadas a la desnutrición aguda. Según el testimonio de una beneficiada del programa Mejores familias, “hace cinco años que no se mueren los niños, desde que hemos aprendido a tener casas limpias y ordenadas, higiene y hemos aprendido a administrar mejor nuestro dinero”.
Entre los resultados que arroja una evaluación cualitativa realizada en 2011 por Nicole Vayssier de la Universidad de California, en San Diego, Estados Unidos, se encontró que hay un aumento en la autoestima de las participantes, lo evidencia el hecho de que puedan “desenvolverse y hablar en público, cuando antes les daba vergüenza. Además, lucen bien arregladas”. Hay aumento de prácticas de higiene, que incluyen la purificación del agua, mayor conocimiento de parte de las mujeres sobre nutrición al incluir más alimentos nutritivos en sus comida, mejor preparación de la comida y participación en sesiones de antropometría.

Como beneficios subsiguientes se identificó un cambio de comportamiento entre generaciones, en donde participaron niños en las capacitaciones, mayor y mejor comunicación dentro del hogar y más afecto y paciencia. Uno de los temas pendientes es generar un cambio en la participación comunitaria, ya que para esto es necesario que no solo las participantes sean parte del cambio, sino que todas las mujeres se conviertan en agentes de cambio, señala Vayssier.

Roberto Samayoa
Periodista
Revista GERENCIA
editorialgerencia@agg.org.gt

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