“La novia mecánica del hombre”

La preferencia por los vehículos grandes no es casual, aunque tampoco totalmente consciente

El vehiculo aparece en la historia como una simbología propia del hombre.

La humanidad está subida en la cresta de una ola que ve la realidad como un gran espectáculo. Luces, dispositivos electrónicos creados para morir a los pocos meses, modas y avances tecnológicos para mundos alternos. Los que quedan fuera del espectáculo, no importan, porque no existen.

Se asiste hoy día al espectáculo de dos hermanas gemelas, la moda y la obsolescencia programada. Según el filósofo J. Baudrillard, “la moda y el capitalismo se retroalimentan. Ambos son el motor del deseo que se expresa y satisface consumiendo; ambos ponen en acción emociones y pasiones muy particulares, como la atracción por el lujo, por el exceso y la seducción”.

En el mundo de lo público, el lujo y el exceso se hacen evidentes: vehículos de oro, viajes al espacio, islas artificiales, playas en el desierto y desiertos con nieve. Pero ese es el top del lujo y el exceso, porque no todas las personas viven esas realidades. En particular, no todos los hombres viven la fantasía de manejar un Ferrari, un Lamborghini, un Lykan o un Bugatti Veyron.

¿Por qué la referencia a los hombres y no a las mujeres? Básicamente, porque a través de la historia en la mayoría de las sociedades se ha asignado a la mujer y al hombre roles y funciones distintas. Aunque también es cierto que, no todas las mujeres ni todos los hombres asumen hoy en día los roles establecidos, ni tampoco de la misma manera, sino que hay un cuestionamiento sobre esta condición ya que se comprende que hay comportamientos culturales que son modificables. Las reflexiones y datos compartidos son solamente un reflejo de lo que se ve en piezas de publicidad y mercadeo.

A las mujeres, la norma social y el desarrollo histórico les ha asignado actividades domésticas haciendo de este su universo. De esa cuenta, los lujos asignados a las mujeres están relacionados con el mundo del hogar y con el cuidado personal: joyas, cremas, maquillajes, ropa, accesorios, cuidado del cabello, entre otros. En el caso del hombre, se ha priorizado el uso de símbolos que muestren que hay un ejercicio de poder en el mundo externo, entendiendo como externo todo lo que sucede afuera del ámbito doméstico. Uno de esos símbolos es el medio de transporte, ya sea en carros de batalla, caballos o vehículos mecánicos, han sido señal de poder y de dominio.

Todo líder que se precie tiene una pin tura, escultura o foto triunfante sobre caballos como Bucéfalo, Blanchard, Babieca, As de Oros o el Siete Leguas, nombres de caballos de hombres famosos. Hay una relación directa entre estos animales y los nuevos símbolos de poder. No en balde la potencia de las máquinas se mide en caballos de fuerza y tampoco es casualidad que el poder y el lujo de los narcotraficantes, entre otros, se mida cada vez más por la belleza, el pedigrí de los animales y la ostentación pública que se hace de ellos.

Tener caballos pura sangre y un Lamborghini son sinónimo de ejercicio de poder, aunque a veces se den situaciones cómicas como la de Lord Farquaard, de la película Shrek (2001), quien por ser tan pequeño, necesitaba ayuda y artificios para jinetear.

En Guatemala hay una predilección por los vehículos SUV (suburban vehicle, por sus siglas en inglés). Mientras más grande el vehículo y más puro el caballo hay más posibilidades de evidenciar el poder, ya que como afirma Foucault “el poder se ejerce desde diversas trincheras y con varios recursos”.

La relación que los hombres construyen con sus vehículos es atravesada por el deseo de independencia

El uso de uno u otro vehículo responde a un “sistema de diferenciaciones que refleja el estatus y los privilegios en la sociedad ya sea por razones económicas, como la acumulación de riqueza material; por cuestiones culturales o en la destreza y la competencia”, señala Martha Ramírez.

Es importante mencionar que decidirse por un vehículo más grande o con mayor potencia es una decisión mediada por el imaginario que indica que con ciertos símbolos externos se puede más fácilmente mantener los privilegios, acumular ganancias o hacer funcionar la autoridad. La relación que se da entre el hombre y el automóvil es una relación en la que se mide el valor utilitario versus el valor simbólico, que evidencia cuál es la imagen que quiero dar a los demás y cuál es mi perspectiva del mundo.

En el tráfico urbano es más fácil conservar el lugar, hacerse de un parqueo y hacer resistencia a buses y camiones si se va en un vehículo grande que en un hatchback. La forma más radical pero no la más inteligente de mantener este ejercicio es la violencia, ejercida a través de la fuerza física, de la palabra o de la limitación de las libertades, afirma Ramírez. No es ajena a esta afirmación la publicidad de un pick up que invita a los hombres a no manejarlos sino a maltratarlos.

La relación que los hombres construyen con sus vehículos es atravesada por el deseo de independencia, ya que es a través de los vehículos que se puede ir más lejos, más rápido y sin rendir cuentas. Aprender a manejar es uno de los rituales para los varones que además les confiere en parte el estatus de mayoría de edad. También por el concepto de competitividad, ya que los hombres no aprenden a construir relaciones de cooperación sino de competencia: cuál es el automóvil más nuevo, el más grande, el más fuerte, el que más corre, el que contribuye a las conquistas sexuales, el que tiene más accesorios, y cuál es la habilidad que se tiene para conducirlo.

Un hombre siempre debe saber conducir y saber qué hacer si el vehículo se descompone. No cumplir con estas expectativas pone en entredicho la masculinidad del conductor. Es importante observar también cómo en la publicidad se explota una relación erótica entre el usuario hombre y el vehículo, entre el automóvil y la potencia, ya sea sexual o de rendimiento, entre el tamaño del vehículo y el tamaño del miembro sexual masculino, que se evidencia incluso con vehículos a los cuales se les colocan genitales de acero.

Hay un elemento de relación entre el hombre y el vehículo que sí debería hacer sonar las alarmas, y es el sentido de temeridad que tienen los hombres. Es decir, que los hombres en general no se consideran sujetos de sufrir ningún tipo de accidente o enfermedad, hay una baja conciencia de vulnerabilidad lo cual lleva a que se asuman comportamientos de riesgo como no usar cinturón de seguridad, conducir bajo efectos de drogas o licor, no usar medios de sujeción de niños y conducir a excesiva velocidad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año los accidentes de tránsito causan la muerte de 1,24 millones de personas en el mundo. Además, las lesiones ocasionadas por el tránsito son la causa principal de muerte en el grupo de 15 a 29 años de edad.

Un dato importante es que, según la OMS, los varones desde una edad temprana cuentan con más probabilidades que las mujeres de verse involucrados en accidentes de tránsito. Los hombres son víctimas de más de las tres cuartas partes, el 77% de las muertes por accidentes de tránsito. Entre los conductores jóvenes, los varones menores de 25 años poseen el triple de posibilidades de morir en un accidente de tránsito que las mujeres jóvenes.

La relación con los vehículos puede ser tan diversa como distintos son los hombres. No todos los vehículos son iguales y tampoco todos los hombres.

Roberto M. Samayoa O.
Periodista
Revista GERENCIA
editorialgerencia@agg.org.gt

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